jueves, 3 de diciembre de 2009

Fiesta mafiosa



Queridos amigos y colaboradores:

El próximo jueves 3 de diciembre festejamos la publicación de nuestros dos últimos libros, protagonizados por dos grandes capos: Tony Soprano y Al Capone.

Ya que os consideramos a todos parte de la "familia", será un placer invitaros a unas birras y al concierto exclusivo de DELCO para esta ocasión. La fiesta continuará con la sesión de los DJ's Caro Enrico di Salamandra y Uncle Jun.

Y aquéllos que quieran exhibir su temperamento mafioso y acudan vestidos a la manera de nuestros amigos de la Cosa Nostra, recibirán un magnífico regalo de parte de la editorial.

Sabemos que ésta es una oferta que no podréis rechazar.

Los editores.


3 de diciembre / 21h
Sede Gibson España / Madrid / Serrano 16, 1º-Desp 1

martes, 13 de octubre de 2009

Nietzsche, tormento y serenidad

¿Sabían ustedes que Nietzsche es mentira? ¿Estarían de acuerdo?

¿Poseía realmente el sentido de la grandeza? ¿Y el de la insurgencia?

¿Qué ocurrió cuando tropezó por primera vez con la locura en Turín?

¿Cómo era su relación con las mujeres? ¿Era capaz de aguantar el tipo

cuando
una lectora entusiasta lo visitaba en su casa?

¿Reía Nietzsche, reía verdaderamente con la inocencia salvaje

de aquel niño del que hablaba Zaratustra?


Hoy, martes 13 de octubre, a las 19.30 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tendrá lugar un debate en torno a éstas y otras muchas preguntas que recorren el libro La vida arrebatada de Friedrich Nietzsche, escrito por Franz Overbeck, el más íntimo amigo del filósofo.

Moderará la mesa el pensador y ensayista Ignacio Castro Rey y participarán los profesores Iván de los Ríos (Universidad Autónoma de Madrid) y Germán Cano (Universidad de Alcalá).

Nos encantará verles por allí.


miércoles, 30 de septiembre de 2009

Combo, un grafitti animado




Hoy este grafitti, elaborado por Blu y David Ellis, nos animó un poco la mañana. Es un bucle, de manera que se pueden ver tan sólo los 4 primeros minutos del vídeo, pero se descubren muchas cosas en el segundo visionado.

I. A.

jueves, 23 de julio de 2009

Compasión por el diablo

Elena Medel, en el número del mes de julio de la revista Calle 20, reseña nuestro libro El niño criminal



«Hablo en la ocuridad y en el vacío, pero, aunque sea tan sólo para mí, quiero insultar otra vez a los que insultan». Si desconocen a Jean Genet, lean El niño criminal; si ya se cruzaron con él, incluso si se consideran expertos en este yerno de pesadilla —ladrón, vagabundo y prostituto antes de embarcarse en la literatura—, tampoco se olviden de este volumen pequeño, peludo, suave. No se trata de Santa María de las Flores, no hablamos de Las criadas; pero en estos textos breves laten sus obsesiones, su crudeza, su amor por la provocación («considerad que pretendo definir una actitud moral y justificarla»), y alcanzan en sus pocas páginas las cumbres más heladas. Genet los escribió en una época de crisis, incapaz de asumir su éxito, elige para cada uno un camino diferente: mientras El niño criminal —un discurso radiofónico censurado— transforma a los delincuentes en héroes de la rebeldía, la homosexualidad reina en los más privados Fragmentos… Estado puro, entonces, más el aliciente del excelente prólogo, Irene Antón no sólo traduce sino que nos sumerge en el universo de Jean Genet, extrae la muela de sus constantes literarias y vitales, arropa estas dos bombas de relojería.




domingo, 28 de junio de 2009

Cárcel de amor

El pasado 25 de junio, Antonio Bordón escribió sobre El niño criminal en La Provincia/Diario de las Palmas:

Nacido en 1910, en París, Jean Genet es sin lugar a dudas uno de los escritores franceses más célebres del siglo XX. Caracterizado como escritor por una tozuda, y arriesgadísima, decisión de transmitir una verdad al lector, su propia verdad, pagó bastante cara su vocación. Tras muchas fugas y pasar por diferentes correccionales, en 1926, a los 16 años, fue internado en la colonia penitenciaria de Mettray, donde permaneció hasta que alcanzó la mayoría de edad. De allí salió convertido en ladrón, vagabundo y chapero, especialidades que le llevarían de nuevo a la cárcel, en base a múltiples condenas, saliendo finalmente convertido en escritor. Su primera novela, Santa María de las flores (1943), es un relato autobiográfico acerca de la homosexualidad y los bajos fondos.






Ambos temas están presentes en «El niño criminal» y «Fragmentos…», textos hasta ahora inéditos en España que acaba de publicar en un pequeño volumen la editorial Errata Naturae, con traducción y prólogo de Irene Antón. «El niño criminal» fue escrito por Genet en 1948 para su difusión radiofónica en Francia, si bien no salió al aire por su carácter subversivo. En él, Genet glorifica el mundo de las cárceles para menores: «Los centros penitenciarios son absolutamente la proyección en el plano físico del deseo de severidad escondido en el corazón de los jóvenes criminales. […] El niño criminal es el que ha forzado un puerta que da a un lugar prohibido. Quiere que esa puerta se abra sobre el más bello paisaje del mundo: exige que la cárcel que merece sea feroz. Es decir, digna del esfuerzo diabólico que le ha costado conquistarla».

Como muy bien señala Antón en el prólogo, Genet se muestra ofendido por la indulgencia de los jueces y exige que el castigo sea duro para «sus admirados niños criminales», pues para él el acto criminal tiene «la importancia de un hito». El autor de Diario de un ladrón llega a sostener en su libro que «cada criminal debe apañárselas con su acto. Es incluso necesario que extraiga de él los recursos mismos para su vida moral, que organice ésta última alrededor de sí mismo, que obtenga de ella lo que a la vuestra le niega. Para sí […] se convierte en un héroe tan bello como aquellos que os conmueven en vuestros libros».

«Fragmentos…», escrito después de una malaventura vivida con un joven chapero italiano llamado Decimo, es otra pequeña joya de este escritor maldito, para quien la homosexualidad era una condena irrevocable —el amor por los muchachos fue para Genet otra cárcel, aunque a ella se entregara de buena gana, como el jugador que lanza dados locamente, pero sin retorno—, por lo que nunca formó parte de ningún movimiento gay. No obstante, se alió en la lucha de otros movimientos sociales y políticos como los Panteras Negras y la Liberación del Pueblo Palestino. A pesar de todo, y coherente con su actitud transgresora, dijo en una ocasión que no se hubiera unido a ellos «de no ser tan bellos muchachos». Ambos textos son una sugerente invitación a la lectura de la obra de Genet.






viernes, 26 de junio de 2009

Los criminales también van a la tele

Ricard Ruiz presentó El niño criminal de Jean Genet en Qwerty, el programa sobre libros y cultura de Barcelona TV.

Breve nota para cómplices: gracias a Natalia, que nos ha dado tanto.

I. A.

jueves, 18 de junio de 2009

Vila-Matas criminal

El pasado domingo, Enrique Vila-Matas escribió sobre nuestro libro El niño criminal, de Jean Genet, en uno de los últimos artículos de su Dietario voluble, su cita dominical con El País-Cataluña:


1 - Se nace así. De un padre que jamás verás. Y de una joven puta que te abandonará a los siete meses. Después, ni una sola fotografía a la que agarrarse. Ni un rostro de la madre. Sólo una investigación que acaba diciéndote que se llamaba Gabrielle Genet. Y nada más. Jean Genet creyó verla algunas veces a lo largo de su vida. En Diario de un ladrón evoca a una mendiga anciana, de rostro exangüe y redondo como la luna, que le pide dinero en Barcelona. Una ladrona, piensa, y de inmediato la asocia con la santa puta joven, la madre no vista. «¿Y si fuera ella? me dije mientras me alejaba de la pordiosera. Si lo fuese, iría a cubrirla de flores y de besos. Lloraría de ternura sobre sus ojos de pez luna, sobre su cara obtusa y boba», escribe Genet.



Se nace y se vive así. Y ya no es que el único misterio del universo sea que exista un misterio del universo, sino que no sabes ni tan siquiera de dónde puedes haber salido y qué haces aquí y si hay más mendigas y misterios. La muerte termina por ser una certeza más grande que su oscuro agujero. Y el mundo es grande, aunque no ha sido hecho para ti. Te adoptan unos señores, que te quieren mucho y son de un lugar adorable llamado Alligny-en-Morvan. Allí, cuando seas más mayor, serás del coro de la iglesia, ya verás. Eso te dicen, pero a los 10 años les robas, y te vas. Serás chapero, presidiario, mendigo y gran escritor. Y viajarás. Por toda clase de reformatorios, siempre pensando en la madre de la cara obtusa y boba, y tan buena. La madre que, de encontrarla, cubrirías de flores. Esa madre que a veces es una sombra, un fantasma que fornica al fondo de un tugurio del Paralelo de Barcelona.

2 - El niño criminal (publicado por Errata Naturae, otra nueva editorial independiente con un catálogo más que atractivo) presenta dos textos breves de Genet, uno de 1948, el que da título al volumen, y otro de 1954, «Fragmentos», unas prosas que iban destinadas a un proyecto de libro tan extraordinariamente ambicioso que terminó siendo imposible llevarlo a cabo, como aquel libro que idealizara Mallarmé.


Una reciente iniciativa acaba de incluir en la lista de «los libros menos vendidos» del momento El niño criminal, lo que le ha permitido a este volumen de Genet pasar con gran orgullo a ser uno de los worstsellers de la temporada y obtener así, frente a los halcones que promocionan Falcones, su inesperado primer gran no-éxito entre nosotros. A Genet le gustaría mucho este fracaso español.

El niño criminal nos da pistas sobre la entrada y salida de la profunda crisis que padeció el escritor entre 1947 y 1954 —«me habéis convertido en una estatua», les espetó a Sartre y Cocteau—, la gran crisis que le alcanzó cuando se sintió irremediablemente extraviado, dislocado, asimilado por la cultura que le había sacado de la cárcel y había tratado de domesticarlo. Los dos textos seleccionados por Irene Antón —virtuosa especialista en Genet— señalan los límites de esa crisis. En ellos vemos a este santo autor entregarse, de manera más explícita y depurada que nunca —es decir, sin distraerse con la trama argumental de una novela y sin la necesidad de crear personajes ficticios—, a la comprensión de los dos temas que mayor peso tuvieron siempre en su obra: el crimen y la homosexualidad.

«El niño criminal», primero de los dos textos, nos muestra el mundo de las colonias penitenciarias para menores. Genet, niño abandonado, ladrón, desertor del ejército, vagabundo y homosexual que ejerció la prostitución, se presenta ante el lector para exigirle la dureza de castigo que merecen todos sus crímenes; los suyos propios, pero sobre todo los de sus admirados niños criminales.

En los «Fragmentos» de 1954 se lamenta de que los intelectuales le hayan convertido en otro, en la llamada bomba Genet. «Ese otro tiene que encontrar algo que decir», comenta. Y comienza a ser el escritor que buscará —y al buscar saldrá de la crisis— los auténticos caminos para él. Caminos que le llevarán en la vida cotidiana, pero también en su escritura, a ser alguien en constante primera línea de fuego. Cuando la masacre —hoy todavía impune— de los campos de refugiados de Chabra y Chatila, Genet será uno de los primeros occidentales que entren allí y se enfrenten con el pavoroso espectáculo del crimen masivo, sobre el que escribiría más tarde un texto imprescindible, Cuatro horas en Chatila.

Genet, santo y mártir, hoy extraño worstseller de nuestras listas de menos vendidos. Como decía aquel personaje de José María Pemán, «España y Genet somos así, señora».


Éste y otros muchos artículos de Enrique Vila-Matas pueden leerse en su página web: www.enriquevilamatas.com


I. A.

domingo, 14 de junio de 2009

Worstseller experience

El pasado jueves 11 de junio cinco pequeñas editoriales: Artemisa, Baile del Sol, Escalera, Salto de página y nosotros, Errata naturae, nos reunimos en el marco de la Feria del Libro de Madrid para debatir sobre nuestros WORSTSELLERS. El acto estuvo moderado y salpimentado por el ingenio de Eva Orúe. En nombre de Artemisa acudió Carlos Jiménez Arribas, autor del worstseller de la editorial, que valientemente abogó en público por su obra.







Cada editorial presentó el título que menos se ha vendido de su catálogo (traducido a cifras: una venta de unos 200 ejemplares para tiradas de 1.000-1.500), para defender su calidad y considerar si lo volveríamos a publicar. Y la respuesta fue sí. La prensa nos tacha de románticos, yo a veces nos pienso kamikazes. Con el avión lleno de explosivos (de explosivos libros, claro), nos lanzamos contra el objetivo para acabar más ensangrentados nosotros que el mundo. Porque luchamos contra grandes estructuras, nosotros que, como vimos, no somos más que dos o cuatro personas al mando de cada editorial. Como hombres y mujeres orquesta, lo hacemos casi todo, durante las veinticuatro horas del día.





Aún así, temerarios y resueltos, en la mesa redonda también llevamos a cabo una consciente autocrítica. Es cierto que a menudo es el mundo el que no está dispuesto a escucharnos, pero a veces somos nosotros los que no sabemos hacernos escuchar del todo. En el acto expusimos que a menudo un precio algo más alto de lo habitual (aunque simplemente responda al alto coste de la producción de tiradas limitadas y muy cuidadas), la salida del libro en un momento poco propicio o nuestra todavía limitada capacidad de promocionarlos pueden acabar con las ventas de un título.


Errata naturae presentó El Destripador, de Robert Desnos. A lo largo de estos días, varias veces se me ha pedido que lo defienda, y lo he hecho con gusto. El libro recoge por primera vez en España las magníficas crónicas del poeta surrealista escritas en 1928 para el periódico Paris-Matinal, en las que narra los terroríficos asesinatos de Jack el Destripador en el oscuro Londres de finales del siglo XIX. Desnos, intrigado por el asesinato de una joven en las afueras de París, llevado a cabo de forma similar a los del Destripador, decide escribir nueve artículos en los que describe los terribles crímenes y entabla un pequeño juego con el lector, proponiéndole una intriga y una nueva hipótesis que resuelva los crímenes. Además, las crónicas están acompañadas de las magníficas ilustraciones de David Sánchez.





Los demás títulos presentados fueron: La mujer por la ventana, de Silda Cordoliani (Escalera, 2008), Plop, de Rafael Pinedo (Salto de Página, 2008), La reina de América, de Jorge Majfud (Baile del Sol, 2002) y Viaje al ojo del caballo, de Carlos Jiménez Arribas (Artemisa 2007).

Creemos que estos días han sido bastante productivos para nosotros. Hemos logrado la atención de muchos medios: El País, Público, ABC, RTVE, SER... Pero también ha sido entrañable luchar juntos, compartir puntos de vista y comprobar que, a pesar de todo, tenemos el apoyo de muchos lectores, críticos y amigos.

Pasen y vean; compren y lean. Nosotros seguiremos luchando.
I. A.

jueves, 28 de mayo de 2009

Leopardi en ABC



Inés Martín Rodrigo, responsable de cultura de ABC.es reseña esta semana el Diario del primer amor de Leopardi en la sección de Libros de Vino y Rosas:

«Los síntomas son claros y universales. Angustia, asfixia, intranquilidad, ansiedad, estremecimiento, inseguridad, melancolía, descontento, inquietud, nostalgia, insatisfacción, aturdimiento… y una profunda e intensa dulzura compartida ante el sentimiento más maravilloso e incontrolable, indefinible por definición, de todos cuantos pueden experimentarse en vida (y muerte). Ah, el amor, ese ingrato duendecillo de tamaño tan inconmensurable como invisible. Llega, te da la vuelta al mundo en 80 besos, abrazos y hasta algún que otro pescozón, y se marcha por el mismo reguero de sentimientos por donde llegó. O puede que se quede para siempre, depende de la (inútil) creencia del protagonista de la historia.


Una historia que en Diario del primer amor (Errata naturae) vive intensa y dolorosamente su autor, Giacomo Leopardi, una de las figuras más notables de la literatura mundial y por ende (no Michael, pues esa historia sería interminable) el mayor poeta italiano del (no tan) lejano siglo XIX. Cualidades todas ellas que pasan a mejor vida en las estanterías de la historia cuando se trata de sentimientos, los faros que guían la acción de este tratado del (des)amor, y que quedan en un segundo plano cualitativo al experimentar el dolor que corre por la venas de Leopardi, enamorado hasta el tuétano corrosivo de «una dama de Pessaro», Gertrude Cassi, ni más ni menos (algo más que menos) que la prima de su padre y, por tanto, inalcanzable e imposible como sólo los grandes amores pueden ser.

El que avisa...

Ya lo avisa en el prólogo Rafael Argullol: «Franco, meticuloso, despiadado incluso, Leopardi utiliza la memoria propia para ahondar en su indagación de la existencia». Y es que nos encontramos ante un precoz narrador del sufrimiento humano, convertido aquí en el espejo de su propio reflejo. Un reflejo que se vuelve contra el mismo autor como si de un boomerang sentimental se tratase para explicar su proceso de enamoramiento e (i)rracional asimilación de la imposibilidad del mismo. No por ello se muestra el autor desgraciado, sino que su impulsivo sentimiento le lleva a tratar de entender el atolondrado cúmulo de sensaciones que se agolpan en su psique a través de las palabras, regalando a la humanidad un (in)cómodo folleto narrativo de instrucciones ante el amor. No ante un amor cualquiera, vacuo, fugaz y hasta prescindible, sino ante el primer amor, aquel que nos ahoga tanto como estimula, en una esquizofrénica plenitud emocional que, probablemente, nunca más tendremos ocasión de sufrir.


Y empleo el verbo sufrir con plena consciencia de arremeter contra los establecido emocionalmente, lo bien visto desde el cómodo sofá de los románticos empedernidos, pues como bien demuestra Giacomo Leopardi en este Diario del primer amor, el amor lleva siempre aparejado, asido de la mano con tanta fuerza que desprende el rastro de la sangre que corre despavorida por las venas del amante, el sufrimiento. Si se ama se sufre y si se sufre se ama. En este caso el orden de los factores si altera el producto final de la ecuación (que no educación) sentimental.


Una ecuación que Leopardi, erigido aquí en maestro instigador de la temprana madurez, describe como «el mismo estremecimiento y tormento que cuando se toca y palpa una parte del cuerpo muy dolorida, y a menudo tengo rabia y náuseas». El resultado para el lector es tan dulce como pernicioso, ebria sensación que sólo se experimenta al recorrer los párrafos de aquellos libros que, como la vida, deben ser bebidos a sorbos, saboreados palabra tras palabra, pues su asimilación abrupta e irreflexiva impedirá disfrutar de la más grande historia de amor jamás contada. La que sólo tú, lector impenitente, protagonizas cotidianamente. Es el regalo de Giacomo Leopardi, el primer amor elevado a la máxima potencia emocional.


El paquete, cuidadosamente embalado en una impecable edición, se completa con los Recuerdos de infancia y adolescencia de Leopardi, prueba irrefutable de que la excelencia alcanzada por este malogrado (murió en plena juventud, a los 38 años) autor italiano provocará efluvios de envidia en el que, tras leerlo, pretenda enfrentarse a la página en blanco. A la periodista también le pasó».

lunes, 18 de mayo de 2009

Overbeck en QWERTY

Ricard Ruiz habló de La vida arrebata de Friedrich Nietzsche de Franz Overbeck en Qwerty, Barcelona TV.

I.A.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Michel Onfray: Nietzsche, Venecia, la locura y la música

«Y yo encontré mi hilo de Ariadna en las palabras que Nietzsche escribió a Peter Gast durante una estancia en Venecia: “La última noche volvió a traerme, mientras estaba parado en el puente de Rialto, una música que me conmovió hasta las lágrimas, un viejo adagio tan increíblemente antiguo que parecía no haber habido ningún otro adagio anterior a él”. Después de la luz, los perfumes, la energía y la gracia, era preciso que la ciudad fuera musicalizada, entre el madrigal y el aria de ópera. Tan inaccesible como una orquestación, tan fugaz como un eco de armonía. Venecia: canto profano con el que Dioniso pueda bailar y tomar la forma de Zaratustra.

En la ciudad de Monteverdi, Nietzsche y Gast (el amigo del filósofo, un músico al que debemos una ópera cuyo título es Los leones de Venecia) ponen a punto el manuscrito de Aurora, libro genovés en su factura, pero que durante mucho tiempo se tituló Ombra di Venezia. Más tarde piensan, juntos, un libro sobre Frédéric Chopin. Nietzsche lee a Georges Sand, Gast estudia las partituras y ambos tocan las piezas en el piano. Me gusta imaginar, bajo los dedos del filósofo, el Estudio Op. 10 nº 12 en do menor, un allegro con fuoco —la expresión musical del genio nietzscheano, de su cualidad y su destino—. Brío, potencia, fuerza y desesperación: esta obra del opus 10 es una tempestad que prefigura el final de los viajes de Nietzsche.



La mano izquierda expresa el eterno retorno de lo trágico, el carácter implacable del negro fondo sobre el que se inscriben nuestros hechos y gestos: es una trama nocturna; la mano derecha es voluntariosa: muestra, en acto, las tentativas para arrancarse al aturdimiento, los ensayos por escapar al propio destino. La línea se quiebra por una ruptura del ritmo, resplandores de esperanza y un poco de paz. Amenazas, todavía, en el registro grave, antes de la caída que hace pensar en las frustraciones de la falta de conclusión. Dioniso triunfa absolutamente sobre Apolo, de manera total, hasta en las consecuencias más dramáticas. Ya tiene cita con la locura: el filósofo camina hacia la sinrazón —el estudio de Chopin muestra lo que queda por recorrer y qué abismo se abre al final del camino—. Nietzsche no sabe que está escuchando la prefiguración de su propio desmoronamiento. Mientras tanto, vuelve a su pensión, bien en casa Fumagalli, en Fenice, bien en Albergo San Marco, a una habitación que da a la plaza San Marcos. Siempre solitario, habitado por los pensamientos y preocupado por los aforismos en curso, les pisa los talones a las almas muertas que también transitaron el laberinto Veneciano».


Fragmento del libro de Michel Onfray La escultura de sí. Por una moral estética, última publicación de Errata naturae.
I.A.

martes, 27 de enero de 2009

Errata naturae en Qwerty



El 20 de enero, el crítico Sergi Sánchez recomendó nuestro libro Pere Portabella. Hacia una política del relato cinematográfico en el programa Qwerty de Barcelona TV.

I.A.

lunes, 26 de enero de 2009

Las nuevas reglas de Dave Eggers

«No sé por qué me ha tocado a mí contaros esto, pero bueno, ahí va: si no compráis por lo menos diez libros al año, os alcanzará un rayo o se os llevará por delante un autobús. Es la nueva regla. Sí señor. Probablemente, os enviarán un comunicado oficial por correo muy pronto, pero, por ahora, os lo digo yo. Diez libros al año, o el autobús o el rayo, cualquiera de los dos muy doloroso y probablemente mortal.





¿Os parece que la regla es un poco severa? Bueno, quizá. Algunos pensarán que sí, pero, de todas formas, esa gente no estará entre nosotros mucho tiempo, porque todos los que se quejen de la nueva regla serán destripados por los osos. De nuevo, no es idea mía —¡soy tan sólo el mensajero!—, pero así es. Sin embargo, no entiendo por qué os preocupáis. Simplemente, comprad los diez libros al año y no os quejéis y no os alcanzará o atropellará nada, ni os sacarán las tripas los osos. No parece tan complicado, de verdad. Además de esto, aseguraos de que compráis los libros adecuados, o si no, alguien vestido con un cardigan os empujará desde un edificio. De nuevo, nada por lo que preocuparse: simplemente, comprad los mejores libros, no los malos, o si no os pasaréis la vida mirando por encima del hombro. Y, de todos modos, así no se puede leer, así que todo encaja».

Dave Eggers, escritor y fundador de la editorial McSweeney's

Traducción de I.A.

martes, 13 de enero de 2009

Defensa frente a un articulista arbitrario

A cuenta de la publicación de un libro con mi nombre en la cubierta, Pere Portabella. Hacia una política del relato cinematográfico, se me acusa desde las páginas de Cahiers du Cinéma-España de ser «digresivo», de tener una «visión difusa y borrosa» y de «carecer de rigor». No me preocupa tanto esta crítica, que prescinde de toda argumentación, como aquello que podría indicar: que alguien piense que estoy ascendiendo, muy a mi pesar, en algún tortuoso e ilusorio escalafón a costa de sus intereses. Es la única razón que hallo para tanta y tan vana animadversión. 

En primer lugar, «digresivo» no puedo ser porque la palabra «digresivo», al menos en castellano y en sus diccionarios, no existe. Según parece únicamente los investigadores pueden ser acusados de «carecer de rigor», y no aquéllos que reseñan su trabajo. Es normal, por otra parte. Leamos, en cualquier caso, al articulista: «el estudio de Rubén Hernández resulta bastante más digresivo [sic] a pesar de definirse como un ensayo». Tal vez en realidad el articulista quiso escribir «el estudio de Rubén Hernández resulta bastante más digresivo ya que se define como un ensayo». Dedico varias páginas del libro a establecer la relación, tanto etimológica como histórica, entre las nociones de digresión y ensayo. O el articulista lo entendió todo al revés o simplemente no las leyó. Es curioso: son las primeras páginas del libro y definen metodológicamente todo el proyecto.

En segundo lugar, «visión difusa y borrosa». Leamos: «su frecuente alejamiento metodológico y conceptual del objeto de estudio deja a éste, demasiadas veces, en un segundo plano y ofrece, a pesar de sus innegables aciertos, una visión difusa y borrosa del mismo». Presupongo, para dar sentido a esta frase, que el articulista estima que mi objeto de estudio es el cine de Pere Portabella. Sorprendente. En el primer párrafo del libro y en su contracubierta sostengo que el cine de Portabella es un vehículo para llevar a cabo una reflexión general sobre la relación entre lo estético y lo político en el ámbito del relato cinematográfico. Esta relación es en última instancia, como se expone de forma meridiana, mi objeto de estudio a través del cine de Portabella, entre otros. A continuación aclaro que éste es el motivo por el cual el ensayo no sólo se ocupará del cine de este autor, sino también del cine de Epstein, Buñuel, Eisenstein, Marinetti, Godard, Debord, Pasolini o Rocha, todos ellos protagonistas de esta misma cuestión. Considero absolutamente injusto que el libro sea desahuciado por no ser aquello que, desde su mismo inicio, anuncia que no será. En cualquier caso, no me arrepiento de no haberle hecho llegar a este articulista el plan de mi investigación y mi planteamiento metodológico para que él confeccionara el libro a su gusto.

En tercer lugar, «carente de rigor», ya que en un pasaje del libro escribo erróneamente el apellido de un investigador: Torres por Torrell. Es más, dice el articulista: «No parece de recibo criticar varias opiniones de Josep Torrell y, durante un par de páginas, cambiar su apellido por el de Torres».  Es cierto: ese error invalida todas las argumentaciones detalladas que hago de cara a proponer una visión diversa a la que tiene Torrell sobre los finales de las películas de Portabella, argumentaciones que el articulista decide obviar. Además y más allá del juego tendencioso y poco noble, el articulista obvia, por supuesto, que el nombre está bien escrito en el resto de pasajes del libro, en todas las notas a pie de página y en la bibliografía. «El rigor debe notarse también en estos pequeños detalles». Concluye con esta última línea y de forma climática su texto el articulista, tratando de proponer este error tipográfico como ejemplo del pretendido descuido general del libro. Mis disculpas, en cualquier caso, para el señor Josep Torrell.

Por supuesto, ni una sola palabra sobre cualquiera de las propuestas, planteamientos, análisis, averiguaciones o líneas de investigación que  aparecen en el libro, por lo demás y para desgracia de algunos, voluminoso.  

No soy, ni mucho menos, reacio a las críticas. Hace pocos meses, y en relación a otro libro, recibí una bastante dura, pero absolutamente justa, escrita por Manuel Rodríguez Rivero y publicada en Babelia. Al día siguiente, como él mismo podrá atestiguar, le escribí una carta para agradecerle que me hiciera ver esos errores.

Me temo que el trabajo hecho por este articulista no es obra de un profesional: ha dejado demasiadas pistas sobre la escena del crimen. No merece por tanto, ni siquiera, que se le nombre. 

R.H.


viernes, 9 de enero de 2009

La soledad de las noches de invierno


Los Reyes Magos nos dejaron en el Diario ABC la selección de Pasar el invierno de Olivier Adam como "Libro de la semana". Éste es el Artículo que lo presenta firmado por Inés Martín Rodrigo:



Si Olivier Adam comienza este libro de relatos con una frase del músico francés Dominique A («Y decir que ni siquiera habremos pasado el invierno»), a nadie le hubiera extrañado que el padre del llamado realismo sucio, Raymond Carver, hubiera dado comienzo a sus «Tres rosas amarillas» con un extracto sacado de alguna canción del «Big Time » Tom Waits.

Y es que a este francés nacido en la periferia de París en 1974 y que debuta en España con «Pasar el Invierno» (Errata naturae) alguno se atreve a compararlo con el autor que (entonces, ahora y siempre) deja sin aliento a aquél que se acerca a la dolorosamente bella lectura de «Tres rosas amarillas».

El sabio refranero español dice que las comparaciones son odiosas, pero poco tiene que objetar el joven Olivier ante semejante piropo. Un halago que le sitúa en la primera división literaria de las letras francesas, donde obtuvo el Premio Goncourt de Relato en 2004.

Cuatro años después de su publicación en tierras galas «Pasar el invierno» aterriza en nuestro país de la mano de una colección muy especial de la editorial Errata Naturae. La Oveja Vegetal es el expresivo nombre al que responde el conjunto de novelas que evoca la literatura como «nuestra legendaria realidad: la imprescindible capacidad humana para fabular lo real». Y fabular su propia realidad es lo que Olivier Adam hace con magistral soltura a lo largo de nueve intensos relatos con un denominador común: todos transcurren en una noche invernal.


La soledad de las noches de invierno

Nueve largas noches de invierno protagonizadas por hombres y mujeres pero, sobre todo, por la soledad. La inmensa soledad que preside las vidas de cuantos se aferran a la invención de la cotidianidad para evitar caer al abismo de su propio precipicio. Cegados por el dolor y anestesiados por las drogas (como buen hacedor del realismo sucio, los personajes de Adam emplean con acostumbrada frecuencia las sustancias más nocivas y calmantes para el corazón humano), los protagonistas se van dejando vivir aferrados (casi enganchados) a su propio sufrimiento.

Con constantes referencias al más urbano de los contextos (el cineasta Maurice Pialat, Fatboy Slim o The Chemical Brothers hacen virtuales cameos en alguno de los relatos), Olivier Adam se desenvuelve con avidez y soltura en el terreno más escabroso de la exsitencia humana. Desciende a los suburbios de las relaciones personales entre padres e hijos, empleados y jefes, parejas, amigos, desconocidos... y de ese descenso consigue sacar una extraña belleza. La misma que desprende la realidad cuando se observa de cerca, sin filtros expiatorios.

Si bien en el libro de Raymond Carver el último de los relatos daba nombre a la novela, «Tres Rosas Amarillas», en el caso de Olivier Adam «Pasar el invierno» no responde al título de ninguna de las historias en concreto pero está presente en todas de forma global. Pasar el invierno, afrontar el cambio de estación, sobreponerse al dolor de la pérdida, asumir el fracaso como parte del trato de estar vivo, mirar hacia adelante cuando el pasado te persigue, disipar el miedo experimentando cada nueva sensación... Todos ellos ingredientes del debut en castellano de un autor al que, definitivamente, veremos en primavera.

lunes, 22 de diciembre de 2008

La crisis

Hace un par de semanas me llamó Enrique, un viejo amigo de la familia, para contarme que lo ponían en la puta calle. La imprenta para la que ha trabajado los últimos veintisiete años de su vida acaba de suspender pagos. Tras varios intentos de llegar a acuerdos con los acreedores, la imprenta se ha visto obligada, me dice Enrique que le dice su jefe, a llevar a cabo una liquidación parcial de los activos de la sociedad y a abrir un expediente de regulación de empleo. Enrique, buen lector de Epicteto y Errico Malatesta, me cuenta sin alteración alguna que no piensa ni siquiera esperar a que un juez le otorgue una indemnización: cuando pasen las navidades se irá a vivir a la Polinesia Francesa, donde unos amigos de Toulouse acaban de comprar una isla -sí, eso es, no me pregunten cómo- para fundar la SAFPS: Sociedad de Artistas Fracasados del Pacífico Sur. Creo que ha llegado el momento, me dice Enrique para finalizar nuestra conversación, de hacer un último trabajo nocturno en la imprenta. Vente esta tarde a casa y preparamos el operativo.

Enrique y algunos otros afectados por el cierre se ocuparon de la impresión y el doblado y yo localice el edificio. Entre todos desplegamos esta inmensa reproducción de la portada de El destripador de Robert Desnos que pudo verse en pleno centro de la ciudad durante varias  horas.

R.H.


jueves, 18 de diciembre de 2008

Hércules, señora de la casa



Desde ayer me dedico a la corrección del libro de Michel Onfray, La escultura de sí, próxima novedad de la editorial. Aunque las labores del corrector suelen ser arduas y ofrecer pocas recompensas, en esta ocasión las horas pasan volando y el trabajo no se distingue de los placeres del juego. Las razones son dos y bastante obvias: la excelencia del texto de Onfray y la cuidadísima y elegante traducción de Irene. En el último pasaje que he leído hoy, Onfray habla de la tarea faústica de la construcción de uno mismo a través de la figura de Hércules, en la cual se resumen las destrezas más audaces y la capacidad inefable para hacer de la mera energía una potencia genésica. Me dejo seducir por una frase que transcribo inmediatamente en mi libreta de notas y citas: dice Onfray hablando del héroe griego que

 

“cada vez que derrama sangre, obtiene mujeres: singular destino, bendita época”.

 

Qué duda cabe (y ruego a las feministas, si las hubiera, que sepan leer en perspectiva). A continuación el autor repasa las proezas míticas que hacen de este personaje una metáfora de la fuerza, de la energía, del valor, del heroísmo, de la vitalidad, del dominio y de la afirmación de sí, pero recuerda que, además, Hércules poseía una naturaleza fuertemente hedonista: más allá  de ser, como antes decía, un gran consumidor de mujeres, no hacía ascos a vinos, platos y festejos. Sólido defensor de una ética de los placeres, Onfray nos recuerda, sin embargo y con sensatez, que

 

“la libido es antojadiza. Conduce a comarcas de las que se vuelve despeinado, desgreñado y sin aliento. En el mejor de los casos. En el peor nos lleva a prisiones doradas, paraísos ficticios e ilusiones tenaces. O incluso al ridículo”.

 

Y ni siquiera Hércules, aquél que fue capaz de domar a un toro blanco que se había vuelto loco y de robarle el cinturón a la reina de las amazonas, escapa a este peligro, lo que redobla la simpatía de Onfray por el héroe. La historia es impagable:

 

“Hércules ganó una competición de tiro con arco contra el rey Euritos, que había prometido su hija al vencedor y que no mantuvo su palabra. Esto enfadó a  nuestro arquero con poca correilla. Expeditivo, un poco impulsivo, es cierto, simplemente mató al hijo del rey. Lo que no arregló sus asuntos porque, a modo de castigo, de expiación, tuvo que lavar su crimen convirtiéndose en esclavo de Onfalia. Hay que imaginar a Hércules al pie de la rueca de la hilandera que, según una leyenda romana, hallaba un placer perverso en vestirlo de mujer, a él, vencedor de las más duras pruebas, mientras que ella se ponía la ropa del semidiós y enarbolaba su clava. He aquí cómo se comienza una carrera de héroe para terminar la existencia como un amo de casa. De nuevo: destino emblemático de los obstáculos y las trampas que se encuentran en el camino de quien ha optado por el heroísmo y tropieza con la mediocridad. Historia sin palabras de las biografías de todos nosotros…”

 

Ni siquiera Hércules, por tanto, fue capaz de sortear los límites de la Necesidad y los enviscamiento del Destino. Sin embargo, y por eso es un héroe y un ejemplo, consiguió abandonar los pies de la hilandera, volvió a combatir contra gigantes, atacó Esparta y volvió a casarse y a follar como si con cada gemido se le pudiera escapar para siempre el Thymós vivificador.

R.H.

 

 

domingo, 14 de diciembre de 2008

Soy un payaso y colecciono momentos

Anteayer, por un azar que superpuso una fiesta de cumpleaños y un olvido de llaves, María se quedó a dormir en casa. El sábado por la mañana, como de costumbre, fui a comprar los periódicos y los croissants para el desayuno y María, Raquel y yo celebramos uno de los desayunos más largos del año. Primero café, luego té, napolitanas de crema, lectura compartida de suplementos, palmeritas de azúcar, más café y más té, el trabajo de unas y de otras, el libro de El Destripador que Errata acaba de publicar y las revistas en las que se ha reseñado, direcciones de Internet, música… y tanta risa y tanta complicidad.




Mientras nos reíamos, no pude evitar acordarme de esta frase de Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll: «Ich fand es furchtbar und großartig, diesen Alltag, mit Kaffetopf und Brötchen und Maries verwaschener blauweißer Schürze über dem grünen Kleid, und mir schien, als sei nur Frauen der Alltag so selbsverständlich wie ihr Körper»*.

*No tengo la traducción castellana en casa, pero sería algo así: «Me pareció terrible y maravillosa, esta cotidianidad, con el bote del café y los panecillos y el descolorido delantal blanco azulado de Marie sobre el vestido verde, y tuve la sensación de que sólo a las mujeres la cotidianidad les resulta tan natural como su cuerpo».
I.A.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Dios-Amor-Sexo

Supongo que recuerdan aquella conocida estrategia publicitaria cuyo uso se extendió hace unos años por universidades y otros centros de esparcimiento juvenil, como por ejemplo:



¡Sexo!

Ahora que hemos llamado tu 
atención, nos gustaría anunciarte
la próxima fiesta de la JCLPC
(Jóvenes Cristianos Lectores 
de Paulo Coelho) que tendrá lugar
en nuestro local financiado por
la universidad pública el próximo
viernes 12 de diciembre.
10 euros = 2 copas  


El sábado pasado los lectores de Babelia pudieron deleitarse con un nuevo ejemplo de esta misma y distinguida táctica. El anuncio que reproduzco más abajo apareció en la página 13 del popular y desnutrido suplemento cultural, junto a la promoción del último Premio Herralde de Novela otorgado por Anagrama: 



Aplazando por el momento la discusión pendiente sobre el ingreso de María León en el canon de la novela occidental, me gustaría hacer una brevísima anotación: o bien los publicistas de Ibel (Iberoamericana de ediciones literarias) están más despistados que un pulpo en un garaje y Babelia anda realmente falto de ingresos publicitarios (ambas cosas bastante probables); o bien los publicistas de Ibel conocen su target mejor que a sus madres y el lector medio de Babelia está ya pidiendo la puntilla (ambas cosas, al menos, igualmente probables). En cualquier caso, y como le gusta citar al bueno de Silvio, sensato consigliere de Tony Soprano, no se olviden: nothing personaljust business.

R.H.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Imaginary Erotic Action / 2


La imagen que pueden ver arriba es una fotografía de Aníbal Berlín, buen amigo y mal fotógrafo. No creo que Aníbal se moleste cuando lea esto, pues como él mismo suele decir: “yo estudié derecho, cinco putos años, y en lugar de ser un fotógrafo mediocre hoy podría ser un abogado mediocre; pero en ese caso no me levantaría a las 11 de la mañana, no ganaría tanta pasta y no estaría siempre rodeado de tías buenas”. Más razón que un santo.

Aníbal vive en Phoenix desde hace años y parece que el amor aún se impone a las abrasadoras y constantes calinas de Arizona. Trabaja como free-lance para las versiones americanas de revistas como FHMMaxim Man, y de vez en cuando cuela alguna perla en otras publicaciones menos decorosas como Beach BunnyOver 40! o Leg Show. Hace un tiempo le pedí que, a modo détournement, incluyera la imagen de uno de nuestros libros en alguna de sus fotografías. Hoy Anibal me envía esta imagen y pienso que a los protagonistas de El gesto más radical no terminaría de disgustarles.

R.H.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Pas encore au chapitre des monstres

Desde hace unos años desarrollo una pasión por los diccionarios, los atlas y las enciclopedias. Es una de las cosas que comparto con mi nuevo compañero de piso, Guillermo. Entre mis humildes tesoros cuento un diccionario francés-turco sin fecha de publicación, pero anterior a 1928, año en que el gobierno de Atatürk decretó la sustitución de la grafía árabe por el alfabeto latino (el mejor regalo que me ha hecho mi madre; y me consta que tuvo que despertar al vendedor de un puesto del Gran Bazar de Estambul para comprarlo); la segunda edición del Diccionario Enciclopédico Abreviado de Espasa Calpe con el que estudió mi abuelo; un único tomo —el Spanisch-Deutsch— del Slaby-Grossmann que encontré en un Antiquariat de Kreuzberg; y un Diccionario francés-español de 1895 que me han regalado recientemente mi padre y mi tía.

Pero no sólo me interesan los diccionarios y enciclopedias en sí, sino también sus hacedores. Esos Littré, Larousse, Roget, María Moliner… que acumulan palabras como si tuvieran un proyecto, cuando en realidad sufren un agudo síndrome de Diógenes me fascinan. Ellos recogen conceptos y expresiones de las conversaciones ajenas como otros recogen trastos de las calles. Y las acumulan. La diferencia, creo, estriba en que los hacedores de diccionarios las ordenan escrupulosamente. Pero la obsesión de las palabras les habita, lo prueban la multitud de anécdotas sobre sus vidas según las cuales incluso corrigen la ortografía, la gramática o la pronunciación de aquellos que van a darles muerte o que les han descubierto en compañías y posturas poco nobles. En ninguna situación dejan pasar la deshonra a las palabras.


Me gusta especialmente Buffon. Su Histoire universelle en 36 volúmenes (publicados entre 1749 y 1788) es una obra de arte de la clasificación con la que se enfrentó una y otra vez a los dogmas de la Iglesia y que sólo he podido contemplar gracias a ciertos vendedores de eBay. Buffon tenía un hijo que adoraba a su mujer, y ésta no le correspondía o le correspondía poco y mal: le era infiel. Una tarde, la nuera preguntó a Buffon: «Señor, usted que describe la naturaleza de los hombres y los animales, ¿cómo explica que a aquéllos que más nos quieren sea precisamente a los que menos queremos?». El naturalista contestó, simplemente: «Señora, aún no he llegado al capítulo de los monstruos».
I.A.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Great Falls

"You're going to have all these other mornings in your life when you wake up and nobody'll tell you how to feel", she said very slowly.
 
- "I know that", I said.

Richard Ford, Great Falls



All night dinner (Great Falls, Montana)

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Oshkosh, Wisconsin

Esta semana he vuelto a la lectura de Richard Ford: sin duda alguna, uno de los grandes de la literatura norteamericana actual. El libro llevaba tiempo y tiempo en el limbo de mi mesilla. Tal vez me asustaba su horripilante y tremebunda cubierta, que reproduzco para que no puedan acusarme (¿por qué seguiré usando el tratamiento de usted en este blog?) de ser hombre exagerado. Cubierta tan horripilante y tremebunda, al menos, como el lugar donde compré esta edición de Ford: Oshkosh, Wisconsin.

Visité Oshkosh en un viaje con tintes de road-movie que hice con Irene y Elvira. Recorrimos los estados de Illinois, Iowa, Minnesota y Wisconsin: un enorme maizal confederado donde no existen demasiados “puntos turísticos” y donde todo interés depende estrictamente de la mirada del viajero. Solíamos dormir en moteles donde era difícil desprenderse de la impresión de decorado cinematográfico y cada mañana elegíamos, sin demasiados datos y sobrevalorando a todas luces las virtudes del azar, la ruta del día. Un criterio de peso para cada elección era el nombre de los lugares: la belleza de los nombres. Perseverábamos, como una terna de chimpancés pre-modernos, en la idea de que alguna relación tenía que haber entre las palabras y las cosas. Y una y otra vez metíamos la gamba. Por ejemplo: Cedar Rapids creó en mi cabeza la  maravillosa imagen de un main street repleto de poetas borrachos, jugadores profesionales de poker y rubias severamente permanentadas; al llegar a aquella ciudad encontramos un lugar anodino y, para colmo, desertado y anegado tras el dramático desbordamiento del río Mississippi. De forma parecida Oshkosh nos prometía algo salvaje, genuino, frondoso, antiguo, ajeno.

Tras un breve paseo por la calles de Oshkosh localizamos una librería y nos faltó tiempo para refugiarnos allí de la melancólica mediocridad de la ciudad. Al fondo de la librería, por lo demás vulgar, un grupo de lugareñas que rondaban de media los cuarenta mantenía una suerte de tertulia literaria: imagen aterradora –espero que sepan comprenderme- que traté de obviar pero de la que a duras penas conseguí recuperarme. Ni siquiera quise saber qué libro comentaban, aunque no sé por qué imaginé que sería Las cenizas de Ángela  de Frank McCourt. Entonces, como un milagro, encontré en uno de los estantes el libro de Richard Ford que leo estos días. Salimos pitando de la librería y ni siquiera llegamos a pensar en buscar un café donde echarle un primer vistazo al libro. Regresamos directos al coche y huimos de Oshkosh como si previéramos que allí estaba por acaecer un desastre comparable a aquél cuyas huellas encontramos en los barrios enlodados y fantasmales de Cedar Rapids.

Al terminar de leer el libro de Richard Ford me topo en la última página, blanca y de cortesía, con un sello: Apple Blossom Books, Oshkosh. El nuevo encuentro con esta palabra remueve mi curiosidad y se me ocurre buscar algo en google sobre el origen de la ciudad y su nombre. Me entero de que la ciudad honra al Jefe Oshkosh de los indios Menominee. Leo que este hombre fue el responsable de la venta a los Estados Unidos de las tierras de su pueblo -4,2 millones de acres- a cambio de 620.000 dólares y unos terrenos cerca Crow Wing River destinados a la creación de una reserva. También leo, en otra página, que años después el Jefe Oshkosh afirmó que la venta se había realizado bajo presión. Al parece terminó convertido en un alcohólico, atesorando casi doscientos kilos de carne podrida por el arrepentimiento y perdiendo la vida en una pelea de borrachos, el 29 de Agosto de 1858. Pienso ahora que tal vez la ciudad de Oshkosh no sea tan distinta de la historia del Jefe Oshkosh y que tal vez, aunque sea de forma secreta y esquiva, las palabras sigan de algún modo ligadas a las cosas.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Vila-Matas en Oostende

¿Cuándo comienza algo? ¿En qué momento se pone en marcha una historia, un argumento, una intriga, cualquiera que sea?

Vila-Matas reflexiona sobre ello brevemente en su último libro, Dietario voluble. Se pregunta, por ejemplo, cuándo comienza un viaje: tal vez empiece al facturar la maleta, pero es más probable aún que fuese al hacerla o quizá incluso en el momento en que compramos el billete o cuando nos quedamos dormidos y soñamos que volamos. Curiosamente, leo esas líneas en un avión, en un avión que me devuelve a mi lugar de origen y que, por tanto, cierra, concluye un viaje. Es un viaje que probablemente empiece una historia, otra historia cuyo comienzo es sin embargo también impreciso, cuándo, de nuevo, en qué momento.


La gestación, los nueve meses, los días, el tiempo que pasa y algo va creciendo. En una de las escalas de este último viaje, en la playa de Oostende, bajo un pórtico con vistas al Mar del Norte, yo también reflexioné sobre los comienzos de Errata naturae, cuándo, de nuevo, en qué momento. Recuerdo, al principio, algo así como una curiosidad, la recepción incrédula de una idea de mi socio: ¿y si…? Me parece que durante mucho tiempo para mí la pregunta no llegó a tomar forma completamente, que tardó mucho en llegar a ser: ¿Y si montamos una editorial? Me recuerdo sentada en la cama, a más de 7000 kilómetros de distancia de Madrid, en mi pequeño y caluroso zulo martiniqués. Y deben saber que el calor me impone una mayor distancia ante las cosas, una pesantez que me impide tomármelas plenamente en serio, que no les permite instalarse con seriedad en mi cerebro. Tal vez por eso fueron necesarias muchas conversaciones telefónicas, ese hilo que nos unía en la distancia, a pesar del mar, de tanto mar. La gestación. Y luego vino otro avión, otro avión de vuelta. Y el aeropuerto, y el nacimiento, y nuestros monstruos y nuestros libros.

I.A.